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Guerras

Siempre hemos sostenido que estamos en contra de las guerras entre Estados, y las guerras inter-imperialistas. Las declaran individuos que no van al frente, ni las sufren en su lacerante calamidad. Desde los despachos gubernamentales o desde búnkeres escondidos firman y ordenan la guerra.

En otros tiempos eran ejércitos armados con el arsenal que hubiera, abocados a destruir al ejército enemigo en una infame carnicería donde al fin y al cabo todo valía en el cometido de acabar con el otro ejército hasta su último latido.

En el siglo XX según el avance del sistema capitalista, la guerra tiene como enemigo tanto al ejército contrario como al pueblo que lo sustenta. Bombardean y arrasan poblaciones, incluidas escuelas, hospitales, maternidades… al mismo tiempo que áreas de producción y servicios de forma indiscriminada. Es la guerra en su primer cruel y decisivo movimiento. Después vendrán la postguerra y el hambre, la intemperie de los barracones, las palizas y humillaciones de los vencidos, los fusilamientos. Mucha experiencia de esto tuvo el sufrido pueblo español derrotado en la mal llamada Guerra Civil.

Incontables experiencias equivalentes o parecidas ocurridas en el mundo nos narran los historiadores.

En los tiempos contemporáneos, a tan nefastas consecuencias de muertes y sufrimientos de la gente, habrá que sumar la destrucción del planeta. Se arrojan contra el declarado enemigo, las poblaciones y sus territorios, munidos de cuantos materiales destructivos la tecnociencia haya inventado: miles y miles de toneladas de materiales tóxicos que además de acabar con cualquier forma de vida, inutilizan condiciones naturales para su restauración durante decenas y cientos de años. El carro del vencedor se inflamará ufano de su victoria contra la vida y el futuro de la vida, en realidad. Desfilan sobre campos arrasados y en lo sucesivo celebrarán el daño infligido con estentórea dedicación. Los veremos ponderar las muertes que causaron, las devastaciones masivas e inmensurables, las humillaciones de los vencidos. Desfilarán hinchados de orgullo religioso, patrio, racial, partidario, estatal, y de muy diversas índoles. Nacerán épicas narrativas que pretenderán trazar una línea de existencia, de historia y de futuro a partir de aquel triunfo.



En caso de que al Estado o imperio dicho le fuere adversa la fortuna, fuera derrotado, no faltarán las fervorosas

recordaciones de los héroes que desde la tumba –¡siempre!– están pidiendo venganza. Diríamos que pidiendo otra guerra que haga morder el polvo a los anteriores vencedores.

Así el trágico camino de las naciones que se autoproclaman surgidas de alguna guerra… en contra de otra nación. Las nuevas generaciones se educan en ese código. No habrá otra lógica para explicarse y justificar cualquier futura posible guerra.

En la Unión Europea, en los últimos años se viene agitando la necesidad de prepararse en armamentos y en soldados para un eventual conflicto que no se dice explícitamente contra Qué enemigo es, pero todos los interesados cuando mientan el tema miran hacia el Este. De allí vienen las amenazas, allí están preparándose “¡antes que nosotros!”, para echársenos encima. ¿Hay algo de verdad en esto? No vamos a debatirlo porque es tema de otro debate. Solo queremos significar que la agitación de amenazas y de teas encendidas está modelando la conciencia de las poblaciones en un clima que es francamente pre-bélico.

Se disparan presupuestos de cientos de miles de millones de euros para una supuesta contienda. ¿Cuándo? Si se les acucia que respondan, dicen que en tiempos cercanos. Inclusive ciertos aventureros hasta le ponen fechas. Compran armamento de todo alcance y calibre, misiles, aparatos de alta tecnología, artefactos que a la gente de a pie les resultan inextricables, pero sabemos que su cometido es destruir instalaciones, campos y ciudades enteras. Así es. Y sin referirnos aún a la monstruosa factibilidad de contienda con armas atómicas, ya estrenadas hace más de ochenta años contra las ciudades de Hiroshima y de Nagasaky. Si la contienda fuera con esas armas nada tendría sentido en el planeta.

Entretanto, porque nadie ha puesto final a la carrera atómica, las llamadas con el más descarado de los cinismos “armas convencionales” continúan su ascendente carrera. Los resultados van en la misma dirección: muerte de las poblaciones y destrucción del planeta. Ya es un bosque de nomenclaturas. Misiles de largo alcance, drones, destrucciones tácticas, etc. mientras los fabricantes de todo tipo de artefactos bélicos se frotan las manos… y consiguen aparte de las ingentes riquezas privadas, solventar la recesión económica en Estados Unidos y en otras potencias. Mientras, en los países “amenazados” y convencidos para entrar en la carrera de las guerras, los presupuestos para los derechos básicos de la población se estrangulan. Menos salud, educación, cultura, necesidades fundamentales que junto al deterioro en la garantía de los derechos humanos, vuelven el mundo irrespirable.

 

POR LO DICHO Y OTRAS ATROCIDADES CONOCIDAS, GRITAMOS :

¡NO A LA GUERRA!

¡LA GUERRA ES EL CRÍMEN Y LA DESTRUCCIÓN DEL PLANETA!

 

Grupo Albatros

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