Repetidas veces se ha puesto y se pone sobre la mesa la temática sobre el del consumo de drogas (ya sean “duras” o “blandas”, “legales” o ilegales”) en ambientes politizados y, más concretamente, en ambientes con un claro carácter libertario o anarquista.
Esto conlleva que posiblemente este tema se vuelva un tanto escabroso, se sienta como algo manido o que, simplemente, aburra. Pero, si este consumo se ha convertido en una parte tan importante de nuestras vidas y nuestra socialización, es deber de quienes consideramos esta práctica algo perjudicial para nuestro devenir individual y colectivo, seguir poniéndolo encima de la mesa y buscar crear caminos que, dentro de lo posible, puedan alejarnos de estás prácticas y nos permitan construir espacios y prácticas que sean asumibles por todas.
Es bien sabido que el consumo de alcohol fue rechazado por el obrerismo más primitivo, el cual vio en las tabernas un monstruo al servicio de la burguesía para controlar el tiempo que las obreras pasaban fuera de las fábricas. De esta manera, se aseguraban tenerlas controladas y darles una razón para evadirse del sufrimiento que su trabajo y sus pésimas condiciones de vida les producían.
Pero huyendo de romanticismos o de caer en anhelos de épocas pasadas y que más allá de los libros nos es muy difícil conocer de una forma fidedigna. Vamos a centrarnos en la actualidad y hablaremos de como este consumo de alcohol y otras drogas, que, pese a las resistencias de algunas, se ha conseguido instaurar de una forma muy férrea en nuestra forma de socializar y en nuestro ocio.
Esta claro que esas drogas, sobre todo el alcohol y el tabaco, han invadido nuestras vidas y se han convertido en parte fundamental de todo. Las relaciones sociales se articulan a partir de fiestas, bares, discotecas, conciertos o cualquier cosa que se nos pueda ocurrir, todas ellas aderezadas de bebidas alcohólicas o lo que surja. Pero ya lejos de estos ambientes que se no presumen de un carácter político o de construcción de unas ideas, si nos fijamos en los que, si presumen de serlo, como son asambleas, jornadas, talleres, etc, todos ellos también se encuentran impregnados de ellos y las dinámicas no distan mucho de los anteriormente nombrados.
Hay que dejar claro que no se trata de dejar de lado todo lo relacionado con este consumo, puesto que sería caer en una utopía muy difícil de conseguir y, pese a que así se quiere hacer creer a veces, abogar por el no consumo de drogas no quiere decir que haya que erradicarlas de raíz y hacer que desaparezcan de un día para otro. Se trata de tender puentes entre quienes las consumen y quienes las que no para construir espacios, discursos y vías que hagan que la coexistencia sea real y que permitan que una idea tan bonita como es la de la lucha por la libertad no quede siempre empañada por comportamientos destructivos o que generan un rechazo en las personas a las que les queremos acercar esta forma de actuar y vivir.
Queda muy patente que este consumo puede generar beneficios a la hora de la socialización, de la financiación de colectivos, de la obtención de fondos para sufragar diferentes gastos jurídicos venidos de la represión y el acoso al que nos somete el estado y sus leyes. Pero, también hay que hablar de los perjuicios que esta práctica conlleva al ideal anarquista y al acercamiento que estas ideas deben tener con el resto de la sociedad, como son las personas reales que nos encontramos día a día en la calle y que se encuentran completamente despersonalizadas en esta vorágine llamada capitalismo.
Por no hablar del elemento individualista y despolitizador que este consumo acaba acarreando en quienes lo hacen de una forma asidua. Y esto es fácil de ver, ya que seguro tenemos compañeros o compañeras que una vez han entrado en esta espiral de consumo se han acabado apartando de todo y centran todas son fuerzas en la fiesta y el consumo. Y esto no quiere decir que no tengan que existir momentos de disfrute y diversión, pues estos también se tienen que poner en el centro de nuestras vidas, pero no a cualquier precio y no en contraposición a la construcción de una vida común y respetuosa con todas nosotras.
Palabras o términos tan bonitos como “apoyo mutuo” o “solidaridad” quedan relegados al final de nuestros discursos si no somos capaces de articular espacios en los que todas se puedan sentir a gusto y en las que no se ponga en tela de juicio a las personas que no siguen las prácticas que se consideran son las aceptables dentro de nuestros espacios. En este caso, el permanecer al margen de este consumo te pone en un cuestionamiento constante de quienes te rodean y te lleva a que se te prejuzgue de una manera constante en cada palabra o acción que articula tu discurso de rechazo o de construcción de alternativas.
Tampoco compete a estas personas, y muchísimo menos a mi que escribo estas líneas, el establecer qué se puede hacer y qué no. Esto debe entrar dentro de la búsqueda de un bien común y deben ser todas las interesadas las que aporten su visión y sus herramientas para llegar a ese punto en el que sea optima la participación de todos los discursos o prácticas. Entrando en juego algo tan importante para el anarquismo como ha sido siempre la “propaganda por el hecho”.
Este concepto, muy olvidado en los tiempos que vivimos, no aboga por otra cosa que la de llevar a la práctica todo lo que piensas. Y si esa práctica acaba siendo contraria a las ideas que supuestamente defiendes, hay que pararse, pensar y replantear todo lo que nos compete. Cosa que creo sucede con el consumo de drogas y los espacios anarquistas. En los que considero debemos hacer una reflexión acerca de cómo las utilizamos, qué sentido han tomado en nuestro día a día y en nuestra dinámicas personales y políticas, y, sobre todo, como esto está afectando a nuestro posicionamiento en la sociedad y como nuestro mensaje se puede estar desvirtuando gracias a ellas.
Toca echar la vista atrás y recoger viejos discursos que el individualismo y el neoliberalismo más extremo nos han hecho olvidar o restarles la importancia que antaño han tenido. Y, como he dicho antes, no se trata de romantizar o ensalzar épocas pasada, se trata de volver a la raíz de discursos que fueron sepultados por la burguesía por miedo a sus consecuencias y que han permitido que hoy estemos en el punto en el que nos encontramos.
Rompamos los muros que nos encierran y tomemos consciencia de quienes somos y qué queremos. Solo entonces podremos crear las vías que nos lleven a derribar cualquier tipo de autoridad y que permitan que esas ideas que consideramos tan bonitas, se empiecen a plasmar en la sociedad que anhelamos construir. Y esto puede empezar por plantearnos elementos tan cotidianos como son el consumo de drogas en nuestro día a día y en la relación con nuestras iguales, así como, en la forma copan nuestros espacios políticos y nuestra imagen hacía el exterior.
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